Día 1.
Día 2.
Dejamos atrás Portomarín para llegar a Palas de Rey. Los chicos sacan energías de donde no hay para conseguir llegar al deseado destino. Las caras de satisfacción al ver el albergue lo dicen todo.
Muchos se ayudan entre ellos llevando la mochila. Intercambian experiencias con otros caminantes, muchos franceses, aunque no sepan muy bien si les están entendiendo.
Una maravilla de paisaje y con la mirada puesta en Santiago.
El tiempo nos sigue respetando y rezamos para que siga así.
Próxima parada, Arzúa.
Día 3.
Las ampollas y las rozaduras no pueden con nuestros alumnos. Cada uno va descubriendo y descubriéndose. A veces, caminando solo; otras, caminando codo con codo con sus compañeros; y otras, casi rendido, caminando junto a otros caminantes de Sevilla, de EE.UU., de Valencia, de Bélgica,… Al final, todos conquistamos Arzúa.
Las cenas, copiosas, y los desayunos interminables les permiten coger fuerzas.
Ahora con la mirada puesta en Monte do Gozo y los 34 km que nos separan.
Día 4.
Arzúa-Monte do Gozo. 34 km separan estos dos puntos del Camino. Las piernas y los pies de nuestros alumnos acumulan ya unos 70 km. ¡Pero la meta ilusiona y emociona tanto que ninguno se guarda nada! Al final, las dichosas ampollas piden a gritos una ayuda. El coche de apoyo nos insufla ánimo y energía. Un “vamos, que no falta nada o “vamos, que tú puedes” ayudan tanto o más que el zumo y el puñado de frutos secos.
Nuevas amistades surgen, gestos de hermandad increíble. Aquí, todos somos uno: Andel tiene que llegar a Monte de Gozo. Los primeros en llegar se han librado de la lluvia, que treinta minutos más tarde mojaría a los últimos. Eso sí, bajo la lluvia, el rostro de satisfacción. Y es que Santiago está más cerca.